Monday, September 13, 2010

Fantasmas de gente sola

Mi chambre de bonne en París, 7eme.
Anoche no pude dormir. Parece que mi vecina tiene un inquilino nuevo. Me enteré el lunes a la medianoche, cuando los ruidos me despertaron: ruidos de muebles movidos, arrastrados, sus patas marcando los pisos de madera, sonidos de choques, de quiebres, de raspones. Me dormí igual, y los ruidos me volvieron a despertar  a las 3 de la mañana. Dí tres golpes fuertes en la pared, y escuché voces del otro lado. Los ruidos se calmaron un poco, pero siguieron, y encima, puso música rock lo suficientemente fuerte como para que yo la escuche del otro lado.  A las 5 de la mañana finalmente me dormí, tal vez porque él también se fue a dormir.

Y anoche me pasó lo mismo, despierta hasta las 5 de la mañana con su rock music y sus pasos pesados resonando a través de mis paredes. Y mientras estaba despierta, me acordé de mi primer año en París, cuando vivía en la chambre de bonne, o la habitación que solía ser para los sirvientes en el último piso de los edificios aristocráticos de París. Ahí también tenía un vecino ruidoso, pero él no era tan malo. Era un hombre solo. Mientras yo leía en silencio en mi cuarto diminuto, podía escuchar su televisión prendida, retumbando del otro lado. Tenía solo un vecino, mi cuarto era el último del piso. Una noche salí y le golpeé a la puerta. Le pedí delicadamente que por favor bajara el volumen. Dijo que sí, no hay problema. Era un tipo bajito, de pelo oscuro y piel clara, de unos 50 años. Tenía una expresión en su cara que parecía de extrema tristeza, o tal vez, estaba simplemente cansado. Pero igual la televisión seguió resonando, toda la noche. Dormiría con la tele prendida. Y mientras escuchaba las pavadas que él miraba (sonaba a telenovela), yo pensaba: debe sentirse muy solo. Mira TV para sobrevivir su soledad. Parecía ser un extranjero, creía recordar un acento, tal vez portugués, sin amigos, sin una mujer. A veces escuchaba su voz, o tal vez debería describirlo como sonidos que salían de su boca, y me lo imaginaba masturbándose y eyaculando con un suspiro reprimido de placer. Me lo imaginaba solo en su cuarto, mirando porno y masturbándose. Masturbándose desesperadamente, masturbándose y llorando, masturbándose y flagelándose. Me imaginaba toda clase de cosas horribles en mis noches de insomnio. Su soledad era mi soledad. Me daba pena, el tipo ya no era joven, sólo en una ciudad extranjera, y las pocas veces que me lo crucé me pareció que era un tipo bastante deprimido.

Su televisión fue un paisaje constante por un tiempo, y un día, así como vino, desapareció. Entonces me envolvió el silencio y lo extrañé. Me preguntaba, a dónde habrá ido? Habrá vuelto a Portugal? Habrá encontrado otro lugar? Tendrá una novia y se habrá ido a vivir con ella? 

La gente sola me asustaba. Podía verme, mi triste persona, convertida en uno de ellos. Gente triste y sola eran como un espejo para mí, en el que no quería verme reflejaba, por eso los evitaba. Pero no se puede huir de los fantasmas. Nuestros fantasmas corren con nosotros, y siempre nos alcanzan.

Por eso esta mañana, a las 8:30, decidí mover mis muebles y ponerlos fuera del alcance de la pared de mi vecino. Puse la música fuerte y disfruté de los ruidos que mis muebles hacían al ser movidos, los chillidos de mi cama, mi mesita de luz, mi biblioteca, sobre el piso. Tal vez así mis fantasmas me dejen en paz esta noche.

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