Tuesday, June 15, 2010
Notas del Cuaderno de la Profesora: De la vida, Bach, y los errores
Toco Bach antes de que vengan mis alumnos, quiero aprenderme las quince invenciones a dos voces, que son fáciles pero que nunca hice completas y son una obra maestra del pensamiento. Y mientras toco, se me ocurren cosas que anoto en un cuaderno de hojas sin renglones, gordo y de tapas negras, que siempre tengo cerca. A veces anoto en papelitos, cuando me olvido el cuaderno en algún lugar remoto, o escribo en un cuaderno gris pequeñito que yo llamo el diario de viaje, porque es más portátil.
Estas anotaciones tienen que ver con Bach, la vida, y los errores.
Estoy tocando la invención en la menor, número trece en mi edición, que es bastante rápida y todavía no puedo tocar sin errores. Siempre me equivoco en algún lado. Y son errores estúpidos, de falta de concentración, pero errores al fin y al cabo, difíciles de erradicar. Yo tengo una relación muy intensa con los errores. Siempre me consideré una pianista sucia, quiero decir, que no toco limpio, cristalino, todas las notitas claramente enunciadas. No, yo soy un poco sloppy, así nomás, muddy, barrosa, por eso no toco mucho Mozart, no me sale. Beethoven es más mi tipo, messy, complicado y turbio. Y Bach me ayuda a mantener la salud mental, las cosas en orden en mi cabeza. Desde el año pasado que, de los clásicos, toco sólo Bach, porque mi cabeza ha estado necesitando de su asistencia, y me ayuda mucho.
Pero me fastidia no poder eliminar los errores, aunque, yo creo que mi problema está en mi relación con el error, no en el error en sí. Entonces me pregunto: ¿qué es un error para mí?
Para contestar a esta pregunta, voy a hacer un detour por el monasterio de los monjes budistas que visité hace un mes más o menos (la traducción al español va a llegar esta semana, perdón por el atraso). Porque hay algo más que me enseñaron los monjes que, al momento de escribir la otra nota, no mencioné. Ellos también me enseñaron que no hay destino, que nunca se llega, que no hay objetivo, que es mentira. Que nunca llegamos a un punto en el que podemos decir, ya está, ya llegué, ahora me relajo y miro. Que no hay santos, que los santos también son humanos y se siguen equivocando, como humanos que son, o tienen que aprender cada día a escucharse, cada día un nuevo desafío, porque si no los hubiera, los desafíos, la vida sería muerte, no vida. Ellos saben que nunca van a ser perfectos, que siempre van a tener "malos" pensamientos, que siempre van a desear. Tal vez tienen más elementos para vencer la tentación, para no dejarse caer y librarse del mal, pero son tan sensibles al pecado como el resto de los mortales. No hay mortales perfectos. Todos morimos, y ese defecto en común nos hace humanos e imperfectos, no importa qué hagamos con nuestras vidas, nunca vamos a superar el hecho de que si no estamos atentos, la vida se nos va y no vuelve. El reloj no se detiene hasta que se detiene. Y que si no estamos atentos, nos vamos a volver a equivocar.
Entonces me sigo preguntando: ¿Y qué es equivocarse para vos? ¿Tenés una teoría acerca de la equivocación, vos, que tenés una teoría para todo y te la das de sabia?
No tengo una teoría sobre la equivocación, no, pero en una de esas notitas que garabateo así rápido mientras toco, escribí que a veces yo siento que vivo mi vida como si estuviera tocando Bach, y que si me equivoco en una nota, ¡pum! Ya está, ya la arruiné, ahora ya no puede ser perfecta la obra, y pierdo el hilo, porque me quedo estancada en ese maldito error, y por ende, me sigo equivocando porque en vez de pensar hacia adelante, pienso hacia atrás. Y así interpreto a la vida también, como si tuviera una partitura adelante y las notas ya están asignadas para mí, las notas de mi vida, y yo no tengo más que tocarlas, leer lo que está escrito, e interpretarlo, eso interpretarlo, darle sentido, y si tomo la decisión equivocada, bueno, cambio la partitura, me equivoco, toco las notas que no son, y me amargo tanto por ese supuesto error, que me quedo atascada pensando que qué pelotuda que fui.
“Do not fear mistakes. There are none" dijo Miles Davis, que traducido es, "No le temas a los errores. No hay ninguno". Pero claro, eso porque él no estudió música clásica con mis profesores del conservatorio de San Martín, y eso porque él no era un chico extremadamente tímido e inseguro como era yo. Yo lloraba si le llevaba una obra menos que perfecta a mi profesora. Y no era que ella me hacía llorar, yo lloraba porque le había fallado, no había estado a la altura de sus expectativas. Entonces, los errores tenían un color rojo furioso, representaban la imposibilidad de la perfección, y por ende, la imposibilidad de ser amada, porque si no era perfecta, no podía ser amada, ella no me querría así, fallada, con todos esos errores encima. Porque una vez hechos, los errores ya no pueden eliminarse, quedan grabados con fuego en el pasado. La música es en tiempo real, como la vida. Uno no sabe que sabe hasta que lo hace. Uno no sabe si puede tocar una obra perfectamente, hasta que la toca perfectamente. No valen las palabras, promesas, teorías. Sólo vale tocar, en real time. Como la vida. Hacer, no decir. Pero los errores, tomados de esa manera, paralizan. Están investidos de un poder casi invencible. Ellos son los que deciden, thumbs up or thumbs down, vida o muerte, ellos tienen el poder de matar o dar vida. Y yo creo, es tiempo de reclamar ese poder para mí misma, de decir, ellos no me dominan, ellos no deciden, la que decide, soy yo. Tomá.
Esta semana pasada, preparando a mis alumnos para el recital de piano, me di cuenta de que ellos también tienen una relación un poco escandalosa con los errores. Es que son demasiado jóvenes, no puede ser. Y me pesqué a mí misma filosofando para ellos. Diciéndoles cosas que debería decirme a mí misma, y sí, lo voy a intentar a ver si me resulta. Les dije que si se equivocan cuando están tocando en público, que hagan como si nada hubiera pasado, que se olviden inmediatamente de que cometieron un error y que sigan de largo. Que lo pasado, pisado, tanto en la música como en la vida, que hay que mirar para adelante, siempre para adelante, porque la música sigue y si no miramos para adelante nos quedamos atrás, y es ahí cuando nos equivocamos, cuando nos damos la nariz contra el poste de la luz, cuando perdemos la concentración, cuando dejamos de estar en el momento, en la música, para estar en otro lado que no es el here and now, el aquí y ahora. Ahí perdemos el equilibrio y caemos en la tentación de especular con cosas de las que no tenemos control, de las que no podemos hacer nada para cambiar, cosas que no nos ayudan para nada, al contrario, nos distraen y hacen perder la concentración. ¿Qué estará pensando mi mamá ahora de mí, le gustará lo que toco? Pero me equivoqué, ahora ya la cagué y ya está mal, todo mal, y me voy a seguir equivocando porque cuando me equivoco una vez no puedo parar, y qué van a pensar de mí, que no sé tocar nada, y yada yada yada.
Y nos seguimos equivocando porque dejamos de escuchar la música, nos quedamos estancados en los errores. ¡Pero ya basta muchachos! En el momento, tocar. Ya habrá tiempo de analizar el por qué, el cómo y el cuándo de los errores después del recital.
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Querida amiga!!!!comparto cada palabra, cada sentimiento y creo ultimamente que tal vez en esta particular relacion que tenemos con el error resida la batalla mas encarnizada con nuestro Ego.Nos duele tanto porque tal vez somos demasiado YO,tal vez el secreto es limpiar la mente(con bach o con ligetti, el que quepa)fundirse con el instrumento y dejarse llevar por la musica, que es la que tiene la posta.Abrazo.maria de los angeles del culin del mundo.
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