Monday, May 24, 2010
Sobre la amabilidad de los extraños
Esta es la segunda vez que me pasa. En una entrada anterior, del 10 de mayo, llamada: "Pieza de Museo: El primer Cosas de la Cuca", que en realidad debería llamarse "Vous etes ravissante!", el mejor piropo que me han dicho en mi vida, ya hablé de este tema, superficialmente. De lo que yo llamo kindness of strangers, o la amabilidad de los desconocidos, por si hace falta traducción.
En esa entrada hablo de una situación semejante, de una situación en la que un acto de gentileza, un acto de generosidad sin búsqueda de recompensa por parte de un total desconocido, me cambió la cara efectivamente y sin la necesidad de estupefacientes por el resto del día. Y ahora, después de que volvió a suceder, descubro una conexión y formo una teoría. Suena muy científico, ¿eh? Bueno, no lo es. Simplemente me di cuenta de que las dos veces en que este acto de bondad se ha sucedido, en 1995 y ahora, yo estaba en unos de esos días en los que mi estado emocional podría clasificarse de vulnerable, o tal vez, bajo, por el piso... de mierda, ba.
Estoy con problemas en el estómago, como mencioné en la entrada anterior del monasterio, y no duermo bien. Anoche fue un horror. No dormí casi nada. Tuve que dar clases a la mañana pero me quedé en la cama más de lo acostumbrado porque quería ganarle al sueño. Al mediodía no fui a nadar, todavía me sentía mal, débil, pero decidí ir a Food For Less, un supermercado, a comprarme algunas cosas que necesitaba para los problemas del estómago. Estaba vestida de naranja, con un conjunto de remera de hilo y saquito que me regaló mi madre hace años. Porque además de sentirme mal, tenía frío, aunque afuera brillara un sol bárbaro. Llego al FFL, estaciono, y en mi camino hacia los changuitos un hombre que me cruza, un hombre con remera amarilla, me dice: "Se la ve muy bien con ese naranja." Thanks! Le respondo. Que a pesar de mi gloom y mal humor y de sentirme para el orto, este hombre me diga que me veo bien, ¡hay que celebrar y agradecer!
Yo siempre digo que soy sensible como una esponja, porque absorbo todo lo que hay en el aire alrededor mío, y pienso, bueno, tal vez hay otra gente como yo, muy sensible, y sí, probablemente, no te vas a pensar que sos la única, y tal vez cuando estoy en uno de esos humores bajos, navegando las aguas peligrosa de la depresión, mando señales de ¡socorro! hacia la atmósfera, ya bastante inundada de otras poluciones como para también tener que tolerar mis humores y estados de ánimo, y ellos las pescan. Yo creo que ellos están ahí afuera, y esta gente, como el piropero de París, y este cordial observador de Pasadena, y... ¡esperá! Hay otra: la cajera de FFL. Y esta es la segunda vez que me pasa con una cajera de FFL. Llego a la caja, voy a pagar, y me dice: tiene muy bonitos ojos. ¡Ah! ¡Gracias! Entonces, yo pienso, a lo mejor presienten que estoy vulnerable, que estoy necesitando un empujoncito, un poco de aliento, y ahí vienen a mi rescate, sin que se den cuenta.
En fin, celebrando las pequeñas felicidades de todos los días.
En esa entrada hablo de una situación semejante, de una situación en la que un acto de gentileza, un acto de generosidad sin búsqueda de recompensa por parte de un total desconocido, me cambió la cara efectivamente y sin la necesidad de estupefacientes por el resto del día. Y ahora, después de que volvió a suceder, descubro una conexión y formo una teoría. Suena muy científico, ¿eh? Bueno, no lo es. Simplemente me di cuenta de que las dos veces en que este acto de bondad se ha sucedido, en 1995 y ahora, yo estaba en unos de esos días en los que mi estado emocional podría clasificarse de vulnerable, o tal vez, bajo, por el piso... de mierda, ba.
Estoy con problemas en el estómago, como mencioné en la entrada anterior del monasterio, y no duermo bien. Anoche fue un horror. No dormí casi nada. Tuve que dar clases a la mañana pero me quedé en la cama más de lo acostumbrado porque quería ganarle al sueño. Al mediodía no fui a nadar, todavía me sentía mal, débil, pero decidí ir a Food For Less, un supermercado, a comprarme algunas cosas que necesitaba para los problemas del estómago. Estaba vestida de naranja, con un conjunto de remera de hilo y saquito que me regaló mi madre hace años. Porque además de sentirme mal, tenía frío, aunque afuera brillara un sol bárbaro. Llego al FFL, estaciono, y en mi camino hacia los changuitos un hombre que me cruza, un hombre con remera amarilla, me dice: "Se la ve muy bien con ese naranja." Thanks! Le respondo. Que a pesar de mi gloom y mal humor y de sentirme para el orto, este hombre me diga que me veo bien, ¡hay que celebrar y agradecer!
Yo siempre digo que soy sensible como una esponja, porque absorbo todo lo que hay en el aire alrededor mío, y pienso, bueno, tal vez hay otra gente como yo, muy sensible, y sí, probablemente, no te vas a pensar que sos la única, y tal vez cuando estoy en uno de esos humores bajos, navegando las aguas peligrosa de la depresión, mando señales de ¡socorro! hacia la atmósfera, ya bastante inundada de otras poluciones como para también tener que tolerar mis humores y estados de ánimo, y ellos las pescan. Yo creo que ellos están ahí afuera, y esta gente, como el piropero de París, y este cordial observador de Pasadena, y... ¡esperá! Hay otra: la cajera de FFL. Y esta es la segunda vez que me pasa con una cajera de FFL. Llego a la caja, voy a pagar, y me dice: tiene muy bonitos ojos. ¡Ah! ¡Gracias! Entonces, yo pienso, a lo mejor presienten que estoy vulnerable, que estoy necesitando un empujoncito, un poco de aliento, y ahí vienen a mi rescate, sin que se den cuenta.
En fin, celebrando las pequeñas felicidades de todos los días.
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